viernes, 28 de octubre de 2011

Yo crecí en una casita así y asá..

"En mi infancia Tolosa era verde
y con tranvía"

.

Yo crecí en una casita así y asá. En el medio de una calle de tierra. En el corazón de una manzana. Y era todo un fruto aquella casa. Corazón. Puro corazón de manzana.
El patio amplio, tan grande que en él cabían gallineros, conejos, galpones, parrillas, árboles frutales, huertas, plantas de todo tipo.
En cada mínima cosa verde de ese patio se respiraba el olor del campo. En cada silencio, se escuchaba el viento de las montañas de Italia.
En verano olía a limones. Porque preparaban con las cascaritas lemonchelo. Y todo el patio olía a limón fresco. Y por las noches, había que sentarse a mirar las estrellas con esos vasos tan chiquititos que de un sorbo te quemaban las ideas, las penas y todos los sentidos.
Pero casi siempre, olía a tomate. a tomate fresco y albahaca. Las mesas del patio tenían potes con tomates pelados a los que pasaban por un filtro para sacarle las semillas. De ahí hacían salsas. Salsas bien tanas, para ponerle a todas las comidas. Y cuando no, mermelada. Y que bien olía la casa cuando era mermelada.
Comíamos ranas, palomas y caracoles.
Tomabamos leche de cabra que le comprabamos a un señor que pasaba vendiéndolas en botellas de vidrio con un carrito tirado de un caballo. Era poético. Era bien de campo.
Con las patas limpias, mi abuelo me metía en un fuentón para pisar uva. Arriba la vid. Abajo la vida. Yo bailaba dando saltitos felíz y el crujir abajo de los pies era como la lluvia.

Recuerdo que enfrente de la casa de mis abuelos había un campo. Ahí habitaba el terror. Debajo de las piedras, magicamente, salían serpientes. Eran el monstruo que había que evitar. Era el terror de que por las noches, temíamos, con mi hermana, que pudiera meterse en la casa alguna.

De día, mi actividad más preciosa era ir a comparar yogurt, en la bolsa los envases retornables de Parmalat chinchineaban al compás de mis pasos. El almacenero me saludaba con un beso y yo lo odiaba por eso. Pero aun así, todo era bonito.

Había un misterio, decía mi vieja que antes, hacía muchos años atrás, esa zona era un cementerio de los indios. Jamás lo pudimos comprobar, mi hermana y mis primos habíamos hecho arduos trabajos de investigación de campo al respecto. Apenas encontramos un par de plumas atadas una vez en la casa vecina. Y aunque no dormimos por una semana, volvíamos cada día a buscar indicios. (Las ventajas de ser niño, uno no le teme a casi nada mientras haya luz de día).

Una vez me mandé una macana, mi viejo había pintado una puerta y se la decoré con aserrín antes que se secara. Me escapé, me escondí en una casa de la vuelta. Y todos se preocuparon mucho. Nunca sentí remordimiento por eso. Ahí empezó mi vida adulta. (Aunque tuviera seis años).

Todavía me parece ver a mi abuela pasearse por el patio en delantal, o a mi vieja con pañuelo en la cabeza. Las veo tomando mate, cantando canciones napoletanas, siempre alegres y amargas, tendiendo la ropa, baldeando el piso pegoteado de frutas.
Todavía escucho a mi abuelo gritar "Mariiee, Mariieee" sólo para molestarla, sólo para reírse un rato. Y a mi abuela responderle "Mannashe, qué vo, Anieee" enojandose sin enojarse, quizá sólo para complacer a mi abuelo. Y hacerme gracia a mi, en completa complicidad.

Yo crecí en una casita así y asá. Que siempre olía a comida. Que en la sobremesa se escuchaba la banda sonora de Bonanza. Y que la siesta era una bendición para los niños mientras los adultos procuraban el progreso de la familia. Los retratos hablaban de distancia. De la guerra se decía que era algo triste, que había que evitar. (y se empañaban hasta los cristales de lágrimas)

Yo crecí en una casita así y asá donde las fiestas tenían tablones inmensos en donde cabía media comunidad italiana. Todo era un griterío alegre. Y hasta cuando se peleaban, se sabían sostener la mano.

Y aunque todos digan que esas son las cosas que marchita el tiempo, yo estoy segura de que todo se fue muriendo desde el día que a mi mamá se le rompió el tocadiscos.
Ya nada volvió a sonar igual. Y hasta el café perdió el olor para no desentonar con la luz gris que se empeñaron en dar las lamparitas. Un día asfaltaron la calle. Otro día nos mudamos un par más hacía el centro. Ya no festejabamos más todo juntos. La casa fue perdiendo el eco de los griterios, sin eco los árboles se entristecieron, el viento ya no tenía vibración que  llevar. Los animales se fueron muriendo. Las persianas cerrando, los días apagando. Las piernas de mis abuelos se fueron cansando.
Y ahí si, todos nos volvímos adultos.Tan adultos que esa casa será, seguramente, un gran buwlding tower lujoso, recibiremos una buena suma y todo habrá sucumbido al olvido. 



.

No hay comentarios: